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Paul Newman (1925-2008)

Dos años después de un viernes 13 profético, inicio de una pandemia mundial, la sinrazón en forma de guerra, nos activa de nuevo mecanismos de defensa y protección, ahora más ávidos y rápidos: aprovisionamiento, recesión e incertidumbre. Asimismo, la tensión extrema también trae el aprendizaje, entre otros, sobre dónde poner el punto de mira cuando las cosas se ponen más intensas que un artículo de Pérez Reverte. Y cada uno tendrá su persona favorita.

Las mías juegan a la petanca aunque llueva fino sin esperar a que escampe, porque no son las rogativas largas para los tiempos breves. La templanza de la veteranía como consejera, desprovistos de cualquier impostura en las formas y aprovechando que ya no están subidas al escenario, para mirar la función con perspectiva.

Algunas resisten en la orchestra, interpretando variopintos personajes con guión improvisado para el que han tenido que estudiar toda una vida. Rafael “El Brujo” se devana los sesos reflexionando, Alonso de Santos, lo mismo espolea a los gobernantes que comparte lo más preciado, su tiempo, entre aquellos que se abren paso y Magüi Mira no cesa en su lucha, dándonos sitio a Las Amazonas.  De repente, José Sacristán dice la frase relevante de la obra: “A la vejez no tenerle miedo, estar vigilante”.

¿Vigilante? Que cunda el pánico. Tantas ganas de que no llegue, como de que podamos llegar, es lo que nos pasa con la vejez. Y la cantidad de miedo… pues depende de nuestras experiencias vitales con la senectud de personas cercanas.

Parece que la percepción de la ancianidad, ha evolucionado de gerontocracia, donde la sociedad veneraba a los ancianos por su sabiduría al extremo contrario, el edadismo, que la RAE rehúsa pero la OMS define como los estereotipos, prejuicios y discriminación contra las personas por su edad.

Sí, qué guapo es Paul Newman, y sin embargo cada día, lo cambiaríamos por cualquiera. Por cualquiera más joven. Los ancianos compran menos, beben menos, tapean menos, esto es,poca rentabilidad y nula productividad, en un mundo de tarados con prisa que mide la felicidad en likes y corazones llenos de color y vacíos de calor. La tecnología al alcance de… ¿todos? La campaña actual que nos recuerda que son mayores y no imbéciles tiene mucho que decir al respecto. El concepto de producción en cadena invadiendo al ser humano.

Como sábanas lavadas, que tanto desgaste las deja casi invisibles, finas, frágiles, con el peso de lo íntimo, las lágrimas, el sexo, la fiebre, los sueños, extrañar, amamantar. Casi invisibles.

Será por ello que no son blanco fácil para las balas y se asoman en los balcones de edificios de Kiev, ya agujereados. Maldita suerte no ser casi invisibles.

Las prisas y los cuidados de personas se empeñan en no empatizar. Para paliar el síndrome del conejo huidizo de Alicia, que siempre llega tarde sin saber bien dónde, Agassi acude a una iglesia a escuchar a un pastor que le inspira y le aleja de su infierno personal, como escribe en sus memorias el tenista. Fue un pastor quien me dijo: todos intentamos parecer buenos, o al menos no ser del todo malos. 

Mira que te aprecio, pero intentar parecer, solo lo haría un idiota en días de lluvia fina. Las mías aprovechan la invisibilidad para cavar tumbas profundas y enterrar el culto a la juventud. A modo faraónico la aprovisionan con reprobaciones varias y le rezan el padre nuestro chiquinino hurdano, que casi todo aleja, menos la sombra negra de palabras con ñ como patraña o Buñuel. Y de hurdanos también es la frase “eso es un viejo” para referirse a algo que tiene una veracidad contundente, con raigambre tradicional, de cuando era un honor ser un viejo.

Cada uno tiene la suya y yo observo a aquellas que hacen cosas con geito, que diría Luis Landero, aquellas que crean, cuidan, luchan y viven, sin que nadie mire, pague o crea.

Casi invisibles.

M.J. Trinidad Ruiz

http://www.trinidadruiz.com