Hay quien escribe deseando que sus palabras muevan al menos a una persona en algún lugar del mundo y hay quien mueve su mundo y deja sin palabras a todos.
Estas dos mujeres promulgan unidad, tal vez por ellas mismas, que pertenecen a sendas partes implicadas, tal vez por sus familias o tal vez por la preciosa hija que les une, a la que no quieren privar de sentimiento de pertenencia a ninguno de sus orígenes. Ellas son mi familia, y el motivo por el que muchos no engrosamos la miríada de declaraciones henchidas de orgullo vertidas en las redes, con flechas venenosas, que van y vuelven sin diana fija, dardeando y arañando a quien tenga un mínimo de sensibilidad. No conozco territorio sitiado exclusivamente por autóctonos.
La mesura es una responsabilidad que tampoco podemos llevar al límite, posicionarse y opinar es libre, necesario y constructivo, la mayor miseria es la imposibilidad para emocionarse, más la convivencia y el respeto deben marcar los pasos. Tu libertad termina donde empieza la mía. Más que nunca, me asquean los políticos que intentan arrastrar en masa azuzando con la miseria del odio, mientras planean la siguiente estrategia en sus sillones catetos de polipiel, el diseño lo quedarán para otras sustancias, que es la única razón que explica ciertas declaraciones. Esto no es una partida de Risk , la contienda pasará y las personas quedaremos.
Lo único valioso es hacer cosas valiosas. Las palabras y los gestos reconfortan en el camino, pero esa senda sólo se abre con hechos.
Algunos aún conservan el trozo del extinto muro de Berlín, que Tribuna regaló a sus lectores hace ya 27 años. El muro de la vergüenza, del odio y del sometimiento. El muro no desapareció, que para eso es materia, se transformó y es más, se convirtió en un emblema. Examinar ese hormigón grafiteado es como mirarte en el agua de un pozo, profundo y oscuro, del que te debes retirar pronto porque sientes como te absorbe. La historia nos deja tanto como nos quita el hacerla.
Rosa Montero ha lanzado en twitter que en este momento se sentiría más a gusto siendo canadiense o australiana, y yo que adoro a Rosa, me estoy fijando ya pecas en las mejillas, pero por otra parte sé que para ser mejor, no necesito dejar de ser lo que soy.
Cuando el delirio humano pisa la vida, me siento como Óscar, el niño de Günter Grass, que se niega a crecer y desde su tierna y pequeña postura ve la loca forma en que el mundo se desarrolla y huye hacia donde sólo se puede huir en estos casos, hacia ninguna parte.
«El aire es de gran valor para el Piel Roja,
pues todas las cosas participan del mismo aliento:
el animal, el árbol, el hombre, todos participan del mismo aliento.
El hombre blanco parece no considerar el aire que respira;
a semejanza de un hombre que está muerto desde hace varios días
y está embotado contra el hedor.
Pero quizá es porque yo soy sólo un salvaje, y no entiendo nada.
Yo soy un Piel Roja y no entiendo esto.»
Mensaje del Gran Jefe Seattle al Presidente de los Estados Unidos de América 1855
María José Trinidad Ruiz