Pintura: Paula de Miguel.
Aquellos que ya o aún, según quien lea, tenemos hijos en edad escolar, la pasada semana en la que nos dieron las notas vivimos momentos de reflexión y no por el 20D. A la presión de querer estar a la altura, por amor propio y deseo visceral, en el terreno afectivo y personal, de intentar motivar, alentar y a la vez acurrucar y hacer sentir amados a nuestros hijos como lo que son, niños, le debemos sumar, el ejercer adecuadamente de tutores responsables y estimular positivamente en sus estudios, experimentando sus triunfos y fracasos como nuestros.
En las reuniones de fin de trimestre, algunos tutores, nos sermonean como si hubieran esperado todo ese tiempo para ello. Nos hacen llegar que son demasiado habladores, desobedientes e incluso, a veces dejan de realizar tareas conscientes de ello e intentando engañarla, haciéndola pasar así como si ella fuera tonta (palabras textuales de tutora). Los niños no preguntan como debieran, ni hablan en el tono adecuado: o gritan o hablan para el cuello de sus camisas. Son indecisos (como si eso fuera malo) y les privan las nuevas tecnologías (idem). Treinta y cinco minutos de reunión, monólogo para ser exactos, y ni una cosa positiva sobre esos niños. De allí sales triste. Triste y cabreada.
Pido disculpas a todos. A todos esos profesores que señalan a padres como culpables de tanta culpa. A los que tienen las gafas empañadas y sólo ven por el poquito cristal que deja ver defectos y fallos. A aquellos que las formas les empobrecen aún más el discurso. A esos que levantan la voz a niños tímidos para sacarles su carácter. No me olvido de los que ridiculizan y excluyen a los que se mueven más de la cuenta y molestan a sus compañeros con la insana intención de hacerse notar. A todos ellos, perdón. En nombre de los que nunca lo harán, os pido perdón por no haber tenido la oportunidad de una mejor educación. Os suplico que perdonéis el daño que os hicieron al inculcaros ciertas creencias sobre los niños y sus infinitas maldades.
Por mi parte también os perdono, te perdono, y así se lo hago ver a mi hija. Que entienda que tu carácter desmedido no está relacionado de ninguna manera con su forma de comportarse. Que ella sea justa e intente comprender que los adultos a veces son superados por sus incapacidades. Tus quejas, gestos de hastío y aburrimiento se los he traducido en admiración hacia toda la clase, por su gran acogida a compañeros nuevos, procedentes de otras culturas y que se han integrado de una forma admirable. Tus críticas a las nuevas tecnologías se las expliqué haciéndole comprender que lo desconocido a veces da miedo y rechazo, pero que gracias a los niños el mundo está salvado. Tus reproches sobre el silencio que guardan cuando preguntas la lección, y ellos abren la boca y ojos, entre miedosos, dormidos y sobresaltados, los trasladé a modo de felicitación por los preciosos trabajos navideños que han llevado a clase con tantísimo trabajo y compañerismo. Fíjate si te he perdonado, que hasta le he dicho que al final nos felicitastes las fiestas y nos deseaste todo lo mejor para estos días tan especiales.
Fuera de alusiones personales, me interpelo a mí misma, contestando por omisión: ¿Si a un niño no le gusta leer es debido a que no ve a sus padres leer? ¿Quiere decir esto que mi generación, la cual tiene a muchos padres con estudios básicos, ha alcanzado nivel universitario de oida? ¿Y los hijos que toda la vida ven a su madre cocinar sin descanso, por qué no son unos grandes cocineros?
Abogo por crear hogar, generar confianza y libertad y enseñar valores. Buscar de forma obligada un tiempo de NO prisa con los niños, para leer, o hablar, o dibujar, o no hacer nada, que es lo más dificil de todo. Que sería perfecto poder hacerlo a diario, pero que hay padres que trabajan de forma incompatible con esos horarios utópicos de actividades extraescolares para realizar toda la familia feliz junta, sin margen de cambios. Flexibilidad que los tiempos mandan. Y las mochilas ya pesan demasiado como para cargarlas de culpas.
Mi respeto y admiración por todos aquellos profesores que motivan y enseñan caminos y opciones cada día a todos los niños que van a clase con los ojos iluminados. Y mi aplauso para todos aquellos que son inspirador de inspiradores, como pueden ser César Bona o Manu Velasco.
Por mi parte, reconozco que nunca supe más sobre como educar a mis hijos que cuando no tenía ninguno.
«Los maestros somos sembradores que sembramos semillas en el corazón de nuestros alumnos. Es allí, y no en la cabeza, donde realmente se comprenden las cosas que nos hacen ser felices y disfrutar de la vida.» Manu velasco. www.elblogdemanuvelasco.com
M.J. Trinidad Ruiz
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