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Escucho a un sarcástico humorista contar que para gastar una broma a un amigo, buscó la palabra «imbécil» en google y apareció su propia imagen en la segunda página. El sarcasmo y su gracia para reírse de sí mismo me agrada y mucho.  Ya alguien escribió un libro precisamente de hacer esto: buscar tu nombre en google.

La curiosidad es espesa como una gota de mermelada que cae en la parte superior de tu dedo pulgar. O te la quitas rápidamente o una vez olido su dulzor la disfrutas de lleno.  Efectivamente, yo también hice la búsqueda, 11 M de resultados en 0,42 segundos. Trinidad Ruiz Téllez, reconocida científica extremeña, Jose Trinidad Ruiz, militar y predicador protestante mexicano,… Pero hay una que me inquieta como solo la punzante miseria del ajeno puede hacerlo. De forma vergonzante, pudorosa, mirando de reojo para que no salpique, condescendiente y hasta dulcemente triste. Trinidad Ruiz Mares, La Tamalera.

En 1971, en México, Trinidad sobrevivía en la pobreza y la miseria personal que le acompañó cada uno de sus días.  Se separó de su primer marido con el que tenía tres hijos, porque la despreciaba y le era infiel en su propia casa. Con sus niños tan chicos que cabían todos bajo una manta, su ruina, la desolación y ella misma fue a parar  a casa de otro hombre, un peluquero alcohólico, aficionado al boxeo y lucha libre que la maltrató desde el primer día a ella y a la procesión que traía consigo.

Pablo Díaz Ramírez, le robaba el dinero que cada día la mujer ganaba vendiendo tamales, un enrollado de masa de maíz relleno de carne, vegetales o frutas, con salsas y envueltos en hojas vegetales. Los tamales los preparaba ella misma y los vendía en la calle, bajo los portales a precio de suspiro. El peluquero disponía de cada uno de sus suspiros que convirtió en lamentos y en quejidos.

Quítale a una vida los sueños, las esperanzas, el amor, la salud, la capacidad de socializar, la seguridad de sus hijos, anula su voluntad, machaca su naturaleza y con lo que quede, pídele que siga viviendo.

Trinidad lo hizo en ese mundo instalado e  ignorado en el ostracismo, en la pobreza, en la inmundicia. La locura o un rayo de instinto protector se apoderó de ella y una noche mientras el peluquero dormía lo asesinó con un bate de béisbol, a golpe por cada suspiro. Lo descuartizó y vendió tamales durante toda una semana rellenos de difunto. Las extremidades inferiores las encontraron en un vertedero y fueron precisamente éstas, las piernas, las que llevaron a casa de la tamalera.

La cabeza la hirvió en una olla, aún reconocible cuando llegaron los agentes.

Cuarenta años de cárcel la sacaron del infierno y allí murió sin saber que su desgracia se convirtió en una leyenda con distintas versiones como una bruma negra.

Releo alguna ficha policial y ver mis apellidos en esa historia me hace ver lo efímeros que somos. No nos pertenece ni el nombre. Hubiera podido ser otro, también nosotros, hubiéramos podido ser otros. Si ella hubiera tenido posibilidad de leer mi vida, habría deseado que su risa fuera como el peor de mis llantos, que la hubieran amado tanto como lo han hecho en la más nefasta de mis experiencias, que su cima hubiera sido lo que es mi fondo. Solo somos mientras estamos, lo demás es un nombre que pronuncian otros, que serán los que estén, los que sean. Escribir nuestra propia historia es una responsabilidad no endosable.

Pienso que se podría hacer un libro con mis dos apellidos y los cientos de vidas distintas que encierran, Las Cien vidas de Trinidad Ruiz, pero sobre todo pienso en que jamás comeré tamales.

Suerte con la búsqueda.

«Así que en lugar de enseñar a Chizalum a agradar, enséñale a ser sincera. Y amable. Y valiente. Anímala a decir lo que piensa, a decir lo que opina en realidad, a decir la verdad. Y luego alábala cuando lo haga. (…) Demuéstrale que no necesita gustarle a todo el mundo» Chimamanda Ngozi. Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo.

María José Trinidad Ruiz

http://www.trinidadruiz.com