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Portada. La soledad de los números primos. Paolo Giordano.
Seis meses han pasado desde que doce niños junto con su monitor quedaron atrapados en una cueva en Tailandia. La mitad del mundo¹ conmocionado, los medios de comunicación inundaron la ciudad y la atención, ayuda y esfuerzo dignificaron al ser humano. La causa lo merecía.
Cuando fueron rescatados, los niños padecían alexitimia o incapacidad para expresar sus sentimientos. No mostraban alegría, ni miedo, ni temor, . . .
En tan sólo nueve días, parece que se hicieron adultos. El miedo a la incertidumbre que poco a poco amordaza, a ellos les asfixió de golpe. Mientras caminamos a ninguna parte, va medrando la inseguridad que nos separa de las palabras que construyen puentes y los gestos de cariño son malogrados; la ilusión que nos hace vibrar se esfuma lentamente, como la joven muda de El Piano se hunde en el mar, dejándose llevar sin hacer aspavientos ni contrariando a lo que cree su destino. En el último aliento reacciona de forma salvaje, como haría un cachorro, sin pensarlo, sin dudarlo, sin saber bien que hacer. Como la niña que fue.
Y es que podríamos pasar una vida aprendiendo de ellos. De los niños. «Yo los miro, y a veces soy capaz de ver aquello en que se van a convertir si los dejan, si no los machacan demasiado» nos decía Pilar Galán hace algunas semanas sobre sus alumnos ya adolescentes.
Tal vez estamos demasiado atentos de donde venimos, si acaso ello importara más que lo que hemos aprendido. Tal vez centrar la atención hacia donde vamos sería más interesante. O tal vez, podríamos aprender de ellos y otear el presente con infinita curiosidad. Aunque esto son sólo varios tal vez.
Si les preguntamos nos darán respuestas exactas. Honestas y variadas.
Porque muchas posibilidades asume quien no tiene el velo de los prejuicios.
Sus respuestas serán divertidas, inteligentes, audaces, simples o pícaras, más nunca inamovibles. El sueño profundo hace que sus conciencias estén descansadas y la ocupación les aleja de la preocupación.
Nos miran admirados, como si la grandeza estuviera de nuestro lado, así de generosos respiran el mundo. Nos escuchan mientras hábilmente cosen nuestras palabras a su alma con hilo de bramante.
El día de reyes, podríamos pasarlo disponibles para ellos, para jugar, para escuchar, abrazar o aquello que necesiten que nunca será más que a nosotros mismos. Ese pequeño detalle envuelto en papel estampado y cinta de colores junto al pie del árbol o debajo de la ventana es un boleto de feria de un solo uso comparado con el carrusel de emociones que ellos nos regalan. No les alcanzamos, pero es que nunca estaremos a su altura. Conformémonos con imitarles y sonreír de corazón.
Y si estamos atentos, nosotros los adultos llegaremos antes de ese último aliento a aprender el camino certero de, como dijo Bruno Schulz, «madurar hacia la infancia».
«Te acostumbras, al final ni repararás en él. – Y… ¿Cómo, si lo tendré siempre a la vista?
-Por eso, por eso mismo dejarás de verlo.» La soledad de los números primos. Paolo Giordano.
M.J. Trinidad Ruiz
¹La otra mitad estaba en campos de refugiados, barcos sin puerto donde atracar, vertederos de medio mundo o en fronteras infranqueables, pero de éstos hoy tampoco hablaremos.