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España, Louis XV, Mariana Victoria, Mariannina, Navidad, Portugal, Recuerdo, Reina niña, Reynha

Largilliere Nicolás (1724) Museo del Prado
A Mariana Victoria (1718-1781) la prometieron cuando aún los pies le colgaban de la silla y juntaba de forma forzada sus labios mientras la retrataban los grandes pintores de la época. Su padre Felipe V la posicionó como pieza de ajedrez, ora en Francia, fracasado intento, y más tarde en Portugal para que sus alianzas florecieran. Matrimonios de conveniencia para Mariannina, que salve el reino y que Breogán lama sus heridas. Y Mariana, hija dulce, obediente y deseosa de agradar creció entre los algodones que crece una reina en el siglo XVIII, algodones envueltos en espinos.
Para ti claveles Mariana y pare diez hijos de los que se morirán seis. (Diez hijos según escritos portugueses, ocho hijos en documentación en castellano). Cuatro mujeres son sus vástasgos, una de ellas su herederada al trono de Portugal.
Tapa las felonías de tu marido en alcobas ajenas a cambio de leer literatura francesa.
Reza en ermitas o viaja a España, que la luz del camino siempre da esperanza, así los desprecios de una familia política descorazonada no te romperán en pedazos tu alma que nunca sana.
Y así Mariana Victoria, encalando y arenando reinaba con pulso de arquero un país en unas décadas tan complicadas, llenas de batallas entre su país adoptivo, Portugal, y el país de origen, España.

Retrato de Louis XV de Francia con Mariana Victoria de España. François de Troy (1723) Galleria Palatina
Una cárcel sin barrotes parece que fue su palacio. El amor por aquel príncipe con la que la prometieron cuando apenas tenía 3 años lo contuvo hasta que falleció con 62. Éste era su primo Louis XV, apuesto y presumido, bienamado por su lista de sus éxitos militares, criticado por sus derroches y sórdidas leyendas de harenes.
Mujer fuerte, inteligente, culta y decidida, una reina de la Ilustración. En Italiano, francés, inglés, portugués y español escribió, leyó y habló, pero como confesó a su acunadora, los olvidaba con facilidad por no tener con quien hablar. Hacía traer muñecas desde París para peinarse y vestirse a su semejanza. Impuso el reinado de su hija que nunca pudo brillar bajo la luz de su madre. Una mujer precursora que genera, aún hoy en día, un interés apasionante.
Más de mil quinientas cartas de su puño y letra atravesaron las fronteras. Madrid, París, Lisboa. Frías, descriptivas y evadiendo temas políticos las que podemos leer, más interesantes serán aquellas que hacen que el número sea impreciso. Correo secreto de una reina que con reticencia confiaba las joyas a sus camaristas.

Jean Ranc (1725) Catálogo Museo del Prado (no expuesto).
Saber de ella, descubrir tanto e intuir que nunca sabremos todo, me hace sentir como Agota Kristof, escritora húngara que emigró a Francia en la más absoluta de la pobreza y allí estuvo tres años sin poder leer por ignorar el idioma. Ella amante de las palabras, reconoce en su biografía sentirse una analfabeta que fue aprendiendo poco a poco, las formas del lenguaje, sus sonidos, su pronunciación, su significado, construyendo la linde de la escritura, sin que el francés fuera nunca inherente a su persona.
Mucho por aprender.
Prodigiosos de la pluma y analfabetos en sentimientos, que adornan con dulzura lo que escriben para olvidar los rastrojos de sus pasos. No tenemos reparos en ser pero sí en ser nombrados.
Analfabeto el que comienza cuando ya lleva media vida andando. Desaprender, reinventarse, recuperar la ilusión, reconocerse… ser.
Analfabeta la mirada enamorada y no correspondida que transcribe algún código encriptado a su antojo y lee mensajes pretenciosos donde hay el más profundo de los rechazos.
Y que decir de esos que se desangran sin salpicar siquiera, atorados en el lodo, analfabetos en la gestión de emociones.
Y todos los analfabetos mueren, pero no todos viven.
«¿Cómo habría sido mi vida si no hubiera dejado mi país? Más dura, más pobre, pero también menos solitaria, menos rota; quizá feliz» Agota Kristof «La Analfabeta»
En el día de la Natividad, te recordamos Mariannina, para ti generosa Reynha, que nos has dado y enseñado tanto.
«Non omnis moriar». Maria Anna Victoria de Borbón y Farnesio.
María José Trinidad Ruiz