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Archivos mensuales: diciembre 2015

Crear hogar, construir pilares.

26 sábado Dic 2015

Posted by TRINIDAD RUIZ in Sin categoría

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Pintura: Paula de Miguel.

Aquellos que ya  o aún, según quien lea, tenemos hijos en edad escolar, la pasada semana en la que nos dieron las notas vivimos momentos de reflexión y no por el 20D. A la presión de querer estar a la altura, por amor propio y deseo visceral, en el terreno afectivo y personal, de intentar motivar, alentar y a la vez acurrucar y hacer sentir amados a nuestros hijos como lo que son, niños, le debemos sumar, el ejercer adecuadamente de tutores responsables y estimular positivamente en sus estudios, experimentando sus triunfos y fracasos como nuestros.

En las reuniones de fin de trimestre, algunos tutores,  nos sermonean como si hubieran esperado todo ese tiempo para ello. Nos hacen llegar que son demasiado habladores, desobedientes e incluso, a veces dejan de realizar tareas conscientes de ello e intentando engañarla, haciéndola pasar así como si ella fuera tonta (palabras textuales de tutora). Los niños no preguntan como debieran, ni hablan en el tono adecuado: o gritan o hablan para el cuello de sus camisas. Son indecisos (como si eso fuera malo) y les privan las nuevas tecnologías (idem). Treinta y cinco minutos de reunión, monólogo para ser exactos, y ni una cosa positiva sobre esos niños. De allí sales triste. Triste y cabreada.

Pido disculpas a todos. A todos esos profesores que señalan a padres como culpables de tanta culpa. A los que tienen las gafas empañadas y sólo ven por el poquito cristal que deja ver defectos y fallos. A aquellos que las formas les empobrecen aún más el discurso. A esos que levantan la voz a niños tímidos para sacarles su carácter. No me olvido de los que ridiculizan y excluyen a los que se mueven más de la cuenta y molestan a sus compañeros con la insana intención de hacerse notar.  A todos ellos, perdón. En nombre de los que nunca lo harán, os pido perdón por no haber tenido la oportunidad de una mejor educación. Os suplico que perdonéis el daño que os hicieron al inculcaros ciertas creencias sobre los niños y sus infinitas maldades.

Por mi parte también os perdono, te perdono, y así se lo hago ver a mi hija. Que entienda que tu carácter desmedido no está relacionado de ninguna manera con su forma de comportarse. Que ella sea justa e intente comprender que los adultos a veces son superados por sus incapacidades. Tus quejas, gestos de hastío y aburrimiento se los he traducido en admiración hacia toda la clase, por su gran acogida a compañeros nuevos, procedentes de otras culturas y que se han integrado de una forma admirable. Tus críticas a las nuevas tecnologías se las expliqué haciéndole comprender que lo desconocido a veces da miedo y rechazo, pero que gracias a los niños el mundo está salvado. Tus reproches sobre el silencio que guardan cuando preguntas la lección, y ellos abren la boca y ojos, entre miedosos, dormidos y sobresaltados,  los trasladé a modo de felicitación por los preciosos trabajos navideños que han llevado a clase con tantísimo trabajo y compañerismo.  Fíjate si te he perdonado, que hasta le he dicho que al final nos felicitastes las fiestas y nos deseaste todo lo mejor para estos días tan especiales.

Fuera de alusiones personales, me interpelo a mí misma, contestando por omisión: ¿Si a un niño no le gusta leer es debido a que no ve a sus padres leer? ¿Quiere  decir esto que mi generación, la cual tiene a muchos padres con estudios básicos, ha alcanzado nivel universitario de oida? ¿Y los hijos que toda la vida ven a su madre cocinar sin descanso, por qué no son unos grandes cocineros?

Abogo por crear hogar, generar confianza y libertad y enseñar valores. Buscar de forma obligada un tiempo de NO prisa con los niños, para leer, o hablar, o dibujar, o no hacer nada, que es lo más dificil de todo.  Que sería perfecto poder hacerlo a diario, pero que hay padres que trabajan de forma incompatible con esos horarios utópicos de actividades extraescolares para realizar toda la familia feliz junta, sin margen de cambios. Flexibilidad que los tiempos mandan. Y las mochilas ya pesan demasiado como para cargarlas de culpas.

Mi respeto y admiración por todos aquellos profesores que motivan y enseñan caminos y opciones cada día a todos los  niños que van a clase con los ojos iluminados. Y mi aplauso para todos aquellos que son inspirador de inspiradores, como pueden ser César Bona  o Manu Velasco.

Por mi parte, reconozco que nunca supe más sobre como educar a mis hijos que cuando no tenía ninguno.

«Los maestros somos sembradores que sembramos semillas en el corazón de nuestros alumnos. Es allí, y no en la cabeza, donde realmente  se comprenden las cosas que nos hacen ser felices y disfrutar de la vida.» Manu velasco.  www.elblogdemanuvelasco.com

M.J. Trinidad Ruiz

http://www.trinidadruiz.com

 

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Orologio.

16 miércoles Dic 2015

Posted by TRINIDAD RUIZ in Sin categoría

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Fotografía: Andrea Mazzocchetti.
http://andreamazzocchetti.zenfolio.com/

Al acostarte todo son proyectos. Mientras abrazas el sueño y estiras las piernas que pueden llevar 16 horas, sin exagerar, danzando por este mundo, ya sean dobladas, rectas o en movimiento, la parte de tu mente más ingenua diseña el plan del día siguiente, realizando un bosquejo a medio camino entre lo que sabes que va a ser y lo que te gustaría que fuera. Probablemente, los más ordenados y meticulosos, sean ajenos a este sufrido revival de frustrados proyectos.

Imaginas poner el despertador una hora antes, así empiezas el día robando tiempo al tiempo, y en la tranquilidad de esa madrugada, tender la lavadora de la noche, poner otra, preparar los desayunos, las meriendas, la comida del mediodía y si apuras quedas hasta la cena lista. El horario del trabajo lo saltamos, pues ahí ya tenemos claro que va a ser un caos de prisas y urgencias sin remedio, por lo que no necesita estructuración. Te organizas después de la comida para hacer lo más provechoso posible el margen de tiempo en el que los niños están perfectamente sentados haciendo los deberes sin levantar la cabeza de sus libretas. El pequeño duerme una siesta con cronometración suiza de exactamente una hora y veintitres minutos, que es lo que necesitas para leerte medio libro, recoger el salón, ponerle la equipación de ballet a una de tus hijas y ayudar con el inglés a la otra. (Donde comen dos, comen tres. Descansado se quedó.) Aún te queda media tarde, por lo que puedes llevar a los niños a sus correspondientes actividades extraescolares, hacer la compra, ir al gimnasio o a clase de portugués (idioma tan necesario para mantener los puestos de trabajo como profesor de cursos del INEM), o retomar tu trabajo dejando estas tareas anteriores a un tercero en discordia o parte vinculante de las mismas. Después de la cena, recena, orden y desorden, aseo personal de toda la cuadrilla, y correspondientes cuentos, te queda aún una hora y diez minutos para la medianoche en la que retomas la lectura, la escritura, el montaje de tu drone, o retomar el curso de la virtualización al uso de la arqueología. Cuando el drone sobrevuela la habitación, justo cuando va a pasar de canto entre las puertas del armario, en el mejor momento, te despiertas.

Todo un organigrama, con una jerarquía de ejecución aleatoria según la urgencia de lo inmediato y con un bucle sinsentido que no tiene la opción de finalizar, si no que cae desfallido, cuando ya no puede dar más vueltas el elemento principal de su existencia: Tú. O yo.

«Nadie te recordará por lo que querías haber hecho», lees, mientras  dudas si dejar que esta frase ocupe un espacio en tu memoria o es demasiado pretenciosa, asumiendo que formarás parte del recuerdo de alguien que no te haya llorado desde el corazón. Porque las personas lastimadas por tu ausencia, sí que te recordarán, a tí y a tus sueños. Esta frase encierra, el afán, la ambición, de realizar algo por lo que serás recordado fuera de tu entorno afectivo. Mas creo,que esconde el deseo sublime de realizar aquello que anhelas en lo más profundo de tu ser y por lo que te gustaría ser valorado. Ahora o mañana, o tal vez un día que tú ya no estés para dar las gracias de palabra, pero tu obra lo hará por tí, porque cuando alguien se interesa por aquello que tú haces, siente que él es el afortunado por disfrutar de tu legado.

Debemos conciliar nuestra idea y nuestra realidad, nuestros sueños y nuestras circunstancias, sin que en el camino se nos queden extraviados deseos tan profundos que acallamos con obligaciones y nos olvidamos de que ellos son la base de lo que somos, y que sin nosotros, nuestras obligaciones no son nada.

«Hay que ponerse manos a la obra, siempre. El tiempo conspira contra todos, la guerra ya sabemos que vamos a perderla pero quizás en alguna batalla consigamos doblegarlo durante unos minutos…» Hilario J.Rodriguez.

M.J. Trinidad Ruiz

http://www.trinidadruiz.com

 

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Ni siquiera vivió su último día.

05 sábado Dic 2015

Posted by TRINIDAD RUIZ in Sin categoría

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Ni siquiera vivió su último día. Lo pasó de forma ordinaria, pasiva e inútil, como otros tantos. Tal vez incluso más indecoroso.  Cinco años sin trabajar y con las esperanzas ahogadas. Los sueños se fueron perdiendo por el camino. En este duro trayecto tuvo tiempo de sobra para pensar en el momento de su muerte. En un accidente, en un hospital, rodeada de los suyos, mayor o tal vez no demasiado. Algo digno, impactante, inesperado o el final de una espera larga, pero trágico y dramático. Y no. No fue así. Nunca es así. Su último aliento y sus últimas carcajadas estrépitas y chocarreras apenas distaban dos minutos entre sí.

Se levantó tarde y perezosa, cansada de no hacer nada y de esperar menos. Desayunó a las doce en punto.  Mientras tomaba un café y comía cualquier cosa dulce que no estuviera caducada, dejaba como siempre que su mente volara sin rumbo, procurando que aterrizara en tierra firme lo más tarde posible, y así ganaba esos segundos a la vida. ¡Qué pulso más ridículo!, sabiendo ahora que la vida pone fin al juego cuando ella quiere, sin estar supeditada a nuestros actos. Cinco galletas tomó esa mañana. Rellenas de chocolate. De la marca más barata del supermercado. Era azul el envoltorio, un azul oscuro, profundo y con brillo, que le sumía en el pensamiento sobre quién y cómo habría elegido ese color para unas galletas de chocolate. Y por qué. ¿Será un color atractivo para niños? ¿O tal vez un color que inspire a los padres cierta calidad del producto? ¿Genera en nuestro cerebro este color una confianza tal, que hace que nos olvidemos de que los nutricionistas desaconsejan tomar estas galletas a diario? Y la última del paquete, ¿por qué no la descontarán del precio? Siempre viene aplastada. Tres minutos ganó a la vida con este debate y eso era más que  suficiente para hacerle meritorio de su existencia.  La mañana y primeras horas de la tarde, las pasó  frente al antiguo televisor, en el sillón color granate que le había regalado su madre. Hipnotizada en la misma cuantía que asqueada, cambiando de canal sin pretensión de ver más de quince minutos ninguno de aquellos magazines matutinos en los que los presentadores reían como  si estuvieran en el sofá de su casa, echando sus cuerpos hacia atrás en las sillas, exagerando su euforia hasta convertir en teatro sus presencias en estudios limpios y bonitos, fríos como quirófanos. A media tarde comió un bocadillo y miró el reloj, pensando en hacer algo. En salir a la calle, dar un paseo e intentar no pensar en el enorme peso de lo que hizo mal, o lo que no hizo para evitar verse en su situación. En el momento en que comenzaba a pensar en sus problemas, en su pasado, en su presente, todo retornaba oscuro, triste, sórdido y difícil. Se quedaba quieta, acurrucada, sin hacer ruido para que los fantasmas pasaran a su lado y le tocaran lo menos posible. Respiraba despacio y lloraba sin lágrimas, tan sólo gimiendo para oirse la pena y satisfacer su locura. Se le olvidó el paseo. Siempre se le olvidaba.

Su mente tomó tierra después de hacerse daño con desmesura; vapuleada el alma y con el corazón despedazado, arrastró los pies haciendo equilibrio para que el cuerpo los siguiera y se aproximó a la jaula de Cele, un pequeño verderón color verde oliva, que encontró en el parque el pasado otoño con una pata rota, y que se había convertido en el único ser vivo de la casa, incluida su dueña.  Le abrió la puerta y le dejó revolotear por el salón durante un buen rato. Casi todos los días lo hacía, y eso era una de las cosas que le daba un atisbo de felicidad, si es que la felicidad se puede tener en porciones tan ínfimas.

Estaba ya el sol despidiéndose y pensó que ya no se ducharía, porque hacía mucho frío y era mejor por la mañana, aunque tenía el pelo algo sucio y eso siempre era algo que le daba pudor, por si alguien que la viera pensaba que no era una mujer limpia. Este recuerdo lo tenía de su madre y nunca quiso perderlo.

Volvió a su sillón granate, como destino hasta la madrugada, abandonándolo, tal vez, para levantarse a la cocina y rebuscar algo salado como patatas fritas y Coca-Cola para beber. Aquí estaba en su zona de confort. Ésta era la más cómoda de sus rutinas. Ahora sólo tenía que esperar a que pasaran estas horas, entretenida con programas de frívolos contenidos, que le llevaban incluso a reirse con tanta tristeza que sus carcajadas hubieran herido hasta la risa de Chavela.

Y la muerte se le presentó, rápida y con prisas, maleducada, sin respeto ni contemplación. Esa noche, que aún no había pensado en todo. Esa noche que ya casi tenía acabado el día, tan sólo le quedaba pasar esas horas de forma huera. Y no le dió tiempo de recoger un poco el salón, para cuando viniera el forense. Ni siquiera se pudo poner el jersey negro que le sentaba tan bien. Y se tuvo que morir con el pelo sucio. Y ahora estará toda la eternidad con el pelo sucio. Y a su madre que la estará esperando, le tendrá que dar explicaciones.

Esos últimos segundos fueron los más felices de sus últimos años, porque se dió cuenta de algo que hasta entonces no había reparado: Cele la echaría de menos.

 

María José Trinidad.

«Vive hoy, ahora. Como si fuera tu último día. Con la esperanza de que jamás lo sea»

 

 

 

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