Aferrarse a lo que ya se ha ido aunque aún esté presente. Por supuesto no me refiero a la muerte de un ser querido, que en ese caso y dependiendo de las circunstancias todas las emociones se disparan y justifican a partes iguales, si no al amor ciego, desesperado y verdadero de una pareja a otra que está porque aún no ha tenido ocasión de irse. Porque la cobardía le impide dar los pasos que el otro dará en un ataque de orgullo aprendido de peliculas de serie B. Ataque que tapará con suplicas, lloros y desconsuelo, sabiendo que ya se ha ido, aunque siga presenta en el día a día. Que ya dijo adiós, el día que confesó que no te amaba, el día que sollozó que esa otra chica había sido un error y que no sabe bien como pasó todo. Tú no le has creido, pero tu humillación es la única artimaña de retenerlo y de intentar poner en pie todo este mundo de lego destruido en un segundo. Esto es aferrarse a un clavo ardiendo. Y no es la otra persona la que arde, si no la falta de confianza en uno mismo. A veces tu vida va dando tumbos y cuando creemos que lleva un camino firme, un camino con patrones ya andados y fáciles de narrar, comprensibles para todo el que te rodea y arropado por esta hipócrita sociedad, es muy dificil romper este cruel mapa, sin caminos opcionales.
También se puede mantener una amistad muerta. Muerta de cariño, de comprensión, de discusiones por ver quien tiene la razón o quien está envejeciendo mejor. Ella ya se fue. Ya no es tu complice. Entiende tus bromas, como las podría entender cualquier mujer de tu edad, casada y con hijos. Bromas de mujeres que aún siendo autónomas, trabajadoras, que han viajado, han leido y han observado, conservan las retahílas machistas de sus madres sobre el hombre y el hogar, y añaden los chistes escandalosos fueras de tono que en su juventud las hicieron reir sin tapujos. Tus anécdotas actuales resbalan por sus oidos sin llegar siquiera a asimilarlas. Le contarás con gran pudor alguno de tus miedos y comprobarás que se le han olvidado en un par de días. Te ignora. Lo sabes. Tú, ella y todo el que te rodea. Bueno tú haces como que no lo sabes. Pero lo sabes.
El apego más cruel es aquel que se hace a un hijo que se quiere despegar de tí. No hay consuelo. O tal vez eres tú el que no ha sabido madurar. Nunca entendimos que los hijos no son nuestros, si no que están en nuestros brazos para criarlos, amarlos y darles alas. Malditas alas. Como las hicimos tan fuertes. Y vamos detrás de ellos, como mendigos llamando a puertas ajenas, aguantando las caras hediondas de sus parejas que nunca nos tuvieron el mínimo cariño, porque siempre te tendrán la mitad de amor que tu hijo. No significa que no te quiera, simplemente no te necesita en su vida. Tendrás que revisar si alguna vez desde su vida adulta lo hizo.
Puedes sentirte dependiente incluso de un compañero de trabajo o estudios. Aquel con el que tomas café, pero solo si tú te unes a su marcha, porque jamás te invitó. Al que le preguntas por sus hijos, su perro y su prima de Valdemorillo, pero al que no le importas que te quedes apartado en el rato libre de la reunión de trabajo, mientras él lidera corrillos y va quedando para tomar una cerveza para ver el partido del viernes. Al que le haces todos los favores posibles y le cambias turnos como moneda de cambio a su amistad sociable, necesaria y sana para poder desarrollarte en el ámbito en el que pasas tantas horas y marca en gran parte el ritmo de tu felicidad. Y él te devuelve la moneda, creciéndose ante su súbdito, con el amor propio el doble de ancho, porque está relleno también del tuyo y solo para él. A veces ignorando, a veces consciente, pero siempre huidizo.
Que exagerado se ve todo en el papel. Y que reales son. Y que podemos hacer en estos casos, cuando somos nosotros los únicos que mantenemos este apego. Tenemos que finalizar con esta relación dolorosa, estéril y manipulada por el otro. Podemos jugar a un juego con ellos. Retémosles. Quedamos para tomar un café en un bar a medio camino, cada uno con una lista de como mejorar nuestra relación y posibles soluciones. Si alguno de los dos no va, es que da por finalizada la relación o que se niega a cambiarla porque no ve la necesidad y se siente ofendido por la continua evaluación. Para siempre.
Déjalo. Te comprendo. Tal vez hemos exagerado los sentimientos.
M.J.Trinidad Ruiz